Ante el espejo su mirada se perdía en los pequeños detalles sin importancia. Esos que, sin embargo, se toman demasiado en cuenta cuando se sabe reaccionar ante una situación. Ahora la cuestión era la camiseta. Implacable, su mente ejercía el interrogatorio: ¿Qué pensaría si se presentaba allí con una camiseta de un marrón claro con un zurcido en el centro comprada en el asteroide Galamos IV? ¿Qué revelaba de él todo aquello? Quizás su ideología política, la educación recibida, la clase social a la que pertenecía u otros factores que, en realidad, eran totalmente imperceptibles. Lo que realmente subyacía en esa escena, no era más que una tierna expresión de ansiedad y el fiel reflejo del nerviosismo, ante lo desconocido e impredecible; una clara y secreta muestra de debilidad hacia una chica que lograba despertar curiosos vaivenes en el estómago de Patrick Mills.
Trabajador indefinido e insustancial, atado a una monotonía gris, Patrick necesitaba de algo o alguien que alterase su inercia vital. Su actitud prolongadamente expectante, ante la mayoría de los hechos de la vida lo habían sumido en una larga espera y a un letargo emocional que bordeaban lo insoportable. De ello, en parte, esto explicaba su actual ansiedad ante la elección de la camiseta, así como el cuidado de otros innecesarios detalles previos al encuentro. La otra parte de la culpa recaía en una chica llamada Elandra Brown, de temperamento tranquilo y paciente, alegre y lo suficientemente amable como para dar una oportunidad a todo el mundo.
Había irrumpido de mera casualidad en la vida y el corazón del joven Patrick. Sus inquietantes ojos oscuros, tan penetrantes, tan abiertos y vivos lo habían conquistado ya desde el primer momento. De hecho, siempre que su memoria la evocaba, usaba la misma imagen; ella se encontraba sentada ante una mesa de cristal, el largo cabello azul marino le caía elegantemente por encima de los hombros, su piel tenía un tono claro de porcelana y en su postura mostraba delicados y sensuales gestos que le daban una naturalidad vital. Un sencillo vestido blanco y una sonrisa desintencionada eran los únicos y necesarios adornos en aquella imagen que le mantenía en continuas ensoñaciones.
Lo cierto era que varias semanas de largas e irremediables conversaciones holográficas (debido a las distancias interplanetarias que les separaban) habían terminado por enamorarlos el uno del otro. Aquellos diálogos se alargaban hasta altas horas de la noche y los llenaban de momentos en los que compartían secretos, intimidades, verdades y preocupaciones. Se animaban a soñar el uno con el otro, pero sobre todo, aprendieron a vivir mejor a base de compartir su dispersa cotidianidad y reírse de ella. A pesar de todas las evidencias que pudieran haberse revelado en esas largas charlas, aún eran insuficientes para Patrick, que seguía sin comprender que el deseo que sentía por Elandra era ya una mutualidad. Así, cuando por fin, con cierto temblor en la voz, se atrevió a lanzarle la propuesta de verse y ella contestó, suave y tierna, " Me encantaría Pat", éste no cabía en sí mismo de alegría y sorpresa. Casi como un autómata, empezó a desprender los detalles de su idea de encuentro, por los cuales Elandra se dejó llevar sin objeciones, encantada y con una viva sonrisa que se proyectaba a través de años luz de distancia. Lo hizo de tal modo que la perfecta situación no pudo romperse en modo alguno y durante los segundos posteriores a que su holograma se desvaneciera, él fue, objetivamente, el hombre más feliz a aquel lado de la galaxia.
Marade era un plantea a medio camino entre Patrick y Elandra, famoso por su apacible clima así como también por sus cafeterías con paredes de rústica piedra y techos de madera oscura. Sus grandes parques rebosaban de vida con sus fuentes llenas de peces de colores y sus bosques eran el hogar de numerosas criaturas como las hadas, tan bellas como malvadas (si llegaban a verte dañando su hogar). En esta época, los árboles y caminos gozaban de tonos ocres, llenos de hojas caídas, características que encajaban en la definición de "romántico". No existía nada más perfecto para el día tan esperado por ambos.
El viaje había constado de cincuenta y ocho minutos y un par de saltos estelares, causando un retraso de veinte minutos sobre lo estimado. El piloto de la nave de transporte, distraído con temas que le eran de mayor importancia que efectuar una adecuada lectura de las cartas de navegación, les había llevado en su primer salto demasiado cerca del campo gravitacional de un sol, esto los llevó a retrasarse por la necesidad de esperar a desprenderse de su influencia para poder efectuar finalmente un segundo salto, esta vez sí ante la órbita de Marade. Evidentemente Elandra fue advertida de la eventualidad, no sin gran ansiedad, por el pobre Patrick que de antemano ya había adoptado el catastrofismo en su imaginario y asumía que ese era el inicio de su cambio de suerte.
Atardecía cuando por fin llegó. Las nubes se arremolinaban en una mezcla particularmente bella de colores naranjas, rosados y azules marino, provocando un precioso espectáculo crepuscular que se podía contemplar desde la cafetería en la que habían quedado. Hecho un manojo de nervios, fue sorprendido ante la imagen que se encontró.
Elandra estaba hablando con alguien. Sus oscuros ojos, fijos en su locutor brillaban y toda ella parecía a punto de romperse en modo alguno. Cuando vio a Patrick a través del cristal saludándola, su cara enrojeció en una sufrida mueca y las lágrimas se precipitaron vivamente por sus mejillas. Aguantó unos segundos la imagen del hombre más allá del local hasta que esa situación se le hizo al fin demasiado insoportable. Se levantó bruscamente, corriendo hacia la puerta, tintineó la campanilla que anunciaba la entrada y salida de los clientes y, sin cruzar una palabra con Patrick, cuyo desconcierto le desbordaba hasta la inacción, se marchó sollozando ahogadamente.
El extraño con el que hablaba Elandra se giró también para contemplar la escena primero y luego a Patrick. Sus miradas se encontraron y así fue como él se vio a sí mismo, algo cambiado, claro.; algo más taciturno, oscuro, demacrado y viejo, pero indudablemente él era esa persona que estaba sentado en la mesa y que hacía un instante hablaba con la chica. Ese Patrick Mills era como un fiel reflejo de sí mismo, pero en un espejo mal ajustado, que distorsiona las emociones y el tiempo de aquel que se proyecta en él. El Patrick Mills que estaba dentro de la cafetería salió con inusitada calma, tintineó una vez más la campanilla de la puerta y se plantó ante el Patrick Mills de fuera de la cafetería. Su mente justo estaba intentando empezar a encajar las piezas de todo aquello cuando sin saludar y con un aire eminentemente patético le dijo:
–No sabes el daño que se iban a causar el uno al otro, tu vida se habría arruinado. Tenía que evitar que se repitiera para ti.
Patrick escuchaba a Patrick, pero solo pudo articular un "¿Cómo?"
–Ibas a quedar destrozado, tu vida, después de ella no volvería a ser la misma. Aún hoy, después de tanto años, no he sido capaz de superarlo. Tenía que evitar que te pasara aunque para mí ya esté todo perdido.
Con cada palabra parecía entristecer un poco más que antes y tan siquiera era capaz de mirarse a los ojos mientras decía todo aquello. Hubo un pequeño silencio, recogió un poco de ánimo e insistió otra vez:
–Siento que haya sido así, le he contado todo lo que les...bueno, nos iba a pasar...era la única manera de lograr que no llegara más allá...de que terminara aquí, si lo hubiese hecho más tarde hubiera sido peor para ti y para ella.
El Patrick Mills, ya no tan desconcertado, hubiera podido preguntar qué fue lo que le dijo a la hermosa Elandra, en esos veintitrés minutos y cuarenta y dos segundos que habían hablado. Podría haber indagado, también, cuál habría sido su futuro con aquella chica o cuál hubiera sido el suceso que hubiera destrozado su vida tan irremediablemente, sin embargo, su curso de pensamiento era otro. Pensaba (y era cierto) que la tecnología que permitía los viajes en el tiempo debía ser tan cara de usar en el futuro como lo eran ahora, además, también debía ser igualmente cierto que solo podían hacerse saltos hacia atrás en el tiempo o que su duración estaba limitada a como mucho unas pocas horas de duración. Pero sobre todo, y ahí se centró realmente el pensar de Patrick, tenía que ser igualmente cierto, que no podían alterar la línea temporal de la que se procede. Los viajes en el tiempo solo servían para crear una realidad restringida a un pasado que a partir de ese momento se separaba en una nueva línea temporal aislada e independiente de aquella de la que uno pudiera proceder. Pues, una vez se volvía a su línea temporal, todo seguía tal cual estaba antes. De esta forma resultaba que cada línea temporal sólo podía ser consecuente a los hechos que ya se habían producido y no a las nuevas alteraciones logradas por medio del viaje en el tiempo.
Así pues, de todas las preguntas que podría haber efectuado el ahora airado Patrick Mills, no hizo ninguna. En su lugar, pensó en el hecho de que, en un futuro, él mismo hubiera decidido volver atrás en el tiempo para evitar el curso de un destino que le hubiera llevado a tener una relación de amor con Elandra, quizás la única relación de auténtico amor de su vida. Haciéndolo, además, de una forma asquerosamente gratuita, ya que, cuando volviera al cabo de unas horas a su tiempo, seguiría siendo igual de miserable a como lo fuera antes de iniciar su viaje. Solo una cosa había cambiado y era su realidad, una realidad que le había sido negada sin preguntarle. Por ello, airado y ya desbordado Patrick Mills optó por pegarse un puñetazo a sí mismo, más bien, al Patrick del futuro. El puñetazo fue tan inesperado, ya que era el primer puñetazo que daba en su vida (tanto en el futuro como en el presente) que lo mandó directo al suelo. Dejó así al Patrick del futuro sangrando por la nariz al borde de la inconsciencia, apenas pudiendo comprender que el Patrick del presente había salido corriendo detrás de Elandra desesperado.
Después de meses de insistencia, de desesperadas esperas en su puerta y de casi persecuciones para poder hablar con Elandra, Patrick, no pudo más que aceptar su derrota. Se rindió ante la posibilidad de recuperar a la que ya creía la chica de su vida y que se negaba a dirigirle una sola palabra desde la fatídica tarde. Fue entonces cuando cegado y sin poder ver otra salida decidió férreamente que haría un viaje en el tiempo. Tardaría años en ahorrar la inmensa cantidad de dinero, pero se prometió con gran determinación que iría hasta su pasado y allí se pararía a él mismo, no permitiendo que se produjera la conversación con Elandra, salvando así el destino de su primera cita.
Dependería, entonces, de ese otro Patrick, de esa otra línea temporal, al que sí se le permitirá el romance con Elandra, volver a determinar si tiene que volver a hacer él también un viaje en el tiempo para detener, otra vez, el plan del presente de Patrick y no permitir que se conocieran; evitando así que se produjera ese desastre que solo el destino de su primera cita desataba inexorable sobre ellos.
Fin
Este relato que acabas de leer está enmarcado en el Reto de escritura creativa #OrigiReto2019, tiene 1929 palabras y cumple con los siguiente puntos del reto
- Objetivo #11 Narra la aventura de alguien que viaja en el tiempo
- Objetos #4 Una criatura mitológica (hadas), #24 Un pez (peces) de colores.
Pueden consultar las bases o apuntarse a participar en los siguientes enlaces
Blog de Stiby (Sólo un capítulo más)
Blog de Katty (La pluma azul de KATTY)
Agradecerles por el tiempo que dedicaron en leer el relato. Cuénteme en los comentarios que les pareció. Sus impresiones son muy valiosas.
Muchos saludos y no seguimos leyendo!!!
¡Hola!
ResponderBorrarQue triste no poder lograr el amor y conocer lo dulce y lo amargo de ese sentimiento. Es por esa razón que no me gustaría que existiera una maquina del tiempo jejeje. En un principio pensé que sería e objetivo de escribe una cita que sea un desastre. Me ha gustado, es lo que me gusta de la lectura, que me transporte y me haga vivir lo que se cuenta.
Que pedazo de relato. ¡Enhorabuena! Me ha dejado el gustillo de un Bradbury o un K. Dick, incluso. Me ha encantado.
ResponderBorrarMuchas gracias por ambos comentarios y que bueno les haya gustado, la idea es seguir trabajando y aprendiendo
ResponderBorrarBuenas tardes
ResponderBorrarQué interesante el relato. Me gusta la ciencia-ficción así que he disfrutado con este relato.
No he visto ninguna errata y está muy bien escrito.
Un saludo.
Juan.
Muchas gracias por tu comentario!!!!
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